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El fanatismo, los intelectuales y el odio al diferente
Por Susana Grimberg. Psicoanalista, escritora y columnista.
“Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema”. ( Winston Churchill )

El fanatismo, la intolerancia y el odio hacia el diferente, fue creciendo en muchos países. La intolerancia criminal se ha extendido, como oposición a los derechos humanos y a los valores democráticos, a la par de los fundamentalismos e integrismos ideológicos, religiosos y políticos.
Como escribieron historiadores, sociólogos y filósofos, hasta podría hablarse de la mundialización del odio. Luego de haber escrito notas sobre el nazismo y la educación para el odio, coincido con Lacan, en que el fascismo anticipa el porvenir. Esto puede anticiparse no sólo porque los intelectuales no hacen nada por evitarlo sino porque los grupos neonazis, racistas y neofascistas en occidente, más las los yihadistas, los talibanes y diversos grupos religiosos que se disputan el mundo entre sí, pueden hacen posible que esto suceda.
Sobre los fanatismos y la negación de la realidad.

El fanatismo es más antiguo que cualquier religión y más viejo que cualquier estado, gobierno o sistema político. ¿Por qué? Porque el fanatismo es un componente siempre presente en la naturaleza humana, “un gen del mal”, según el escritor Amos Oz.

Amar a Dios, a la patria, a un ídolo o a un ideal por encima de todo, es una de las características del fanático. El “vamos por todo” o “temerle a Dios, después de mí”, palabras de la ex presidente, exacerban el fanatismo y el sometimiento incondicional al líder.
Etimología de las palabras fanático y fanatismo.
Fanático, del latín fanaticus, inspirado, exaltado, frenético. También, “perteneciente al templo”. Deriv. A su vez, del latín fanum “templo”, del que deriva fanatismo.
La tolerancia es un principio democrático que, según la UNESCO, fomenta el respeto y la aceptación del otro, del diferente junto con la valoración de las culturas de nuestro mundo. La tolerancia es la armonía en la diferencia. No sólo es un deber moral, sino una obligación social y política. La tolerancia es la virtud que hace posible la paz y que contribuye a la sustitución de la cultura de guerra por la cultura de paz.
En toda la historia del ser humano no hubo época que no haya conocido el fanatismo y la ceguera propia del mismo que supo arrastrar pueblos y civilizaciones enteras. Tanto artistas, escritores como médicos, abogados, ingenieros y muchos otros profesionales no lograron escapar al fanatismo. Incluso, pocos individuos pudieron liberarse de los asaltos del fanatismo proveniente del propio Inconsciente.
Los acontecimientos de los últimos años en Argentina, confirman lo poco que ha cambiado el sujeto y cómo ciertas tendencias psíquicas continúan al acecho para estallar en cualquier momento.
El amor y el odio son emociones básicas del ser humano, vinculadas desde el comienzo de la vida, a las experiencias de satisfacción y de frustración. Estas emociones básicas, ambivalentes, estarán entre sí en constante interacción hasta el final de la existencia.
El amor, es el sentimiento que le da sentido a la vida y, como lo trabajamos cuando hablamos del amor, el sujeto anhela junto al ser amado reintegrar la unidad perdida.
S. Freud, en “Introducción al narcisismo” (1914) y en obras posteriores, concibió la idealización como un proceso que se funda en la fascinación (el fascinum ciega, encandila, no permite ver) y en el enamoramiento, proceso por el que los objetos amados son engrandecidos y exaltados imaginariamente.
Según Freud, la idealización de la imagen que el sujeto tiene de sí mismo, junto a la fuerza de las pulsiones presentes en todos los seres humanos, ayuda a transformar el propio Yo, total o parcialmente. Este proceso es para Freud la operación en virtud de la cual se constituyen los seres humanos en cuanto tales, es decir, como sujetos deseantes.
La envidia, el odio y el fanatismo.
El ser humano, desde que nace, se caracteriza, por la extrema dependencia del otro que lo concibió y lo dio a luz además de su lento desarrollo. Es la madre la que le otorga un significado al llanto del hijo y si lo entiende bien, o sea, le da el pecho porque se da cuenta de que tiene hambre o le cambia los pañales porque intuye que está molesto, esa mamá logra traducir su llanto. Pero hay madres que, al no poder interpretar la necesidad del bebé, lo malentiende y lo llena de leche cuando no quiere el pecho o lo cambia cuando sólo quiere que lo alcen y paseen. Por este vínculo con la madre y, también con el padre, transitan tanto las experiencias de satisfacción como las de insatisfacción.
En la educación hay variaciones de orden individual y cultural. Los padres y, luego los maestros, recurren a la aprobación y la desaprobación, a través de los premios y castigos, despertando en el pequeño sentimientos de amor en un caso y de odio en el otro. Este proceso culmina con la internalización del ideal y la instauración de la conciencia moral o del Super Yo.
La pérdida de la omnipotencia narcisista abre el camino a la aceptación de las diferencias y al reconocimiento de la existencia del otro. Como contrapartida, las frustraciones y las situaciones de violencia, experimentadas en la infancia, generan sentimientos de odio de modo tal que el potencial tanático de los individuos, al alcanzar así su máxima expresión, desencadena una violencia atroz, sobre todo cuando el líder que encarna el ideal, encauza el odio hacia quienes son designados como la corriente del mal susceptible de ser encarnado en otro grupo religioso o político con la consigna de que debe ser destruido.
Quien está convencido de una idea, bien puede ser considerado un idealista llevado por el amor, pero quien encuentra en el homicidio la solución, es un fanático, cargado de odio.
Justamente, José Ingenieros escribió en El hombre mediocre: "Cuando pones la proa visionaria, y tiendes hacia él, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en tí el resorte misterioso del Ideal".
En contraposición, el fanático es un individuo que sostiene que sus creencias están por encima de las leyes y que su fanatismo es la única ley que debe obedecer. Además, muchas veces, la envidia, guía sus actos. Es más, la envidia y el resentimiento suelen ser socios para la destrucción del otro pero, también, para la autodestrucción. La frase “muere de envidia”, remite a alguien muriendo a causa de esa pasión que a fuerza de querer destruir o dañar a otro, se torna autodestructiva y que el sufrimiento causado por la envidia, conlleva algo mortífero.
Pese a que los pueblos sin cultura o analfabetos, pueden ser presa fácil de cualquier fanatismo, no hay que olvidar que la cultura y la ciencia también pueden ser puestas al servicio del mismo. Que el progreso artístico y el político van de la mano de ninguna manera es verdad. Por ejemplo el gran poeta judío, italiano, Ezra Pound, apoyó ciegamente, a Mussolini. No hay que olvidar que fue Destouches, el francés antisemita que escribió una de las novelas más revolucionarias del siglo XX, el que dijo, cuando supo lo que realmente había pasado en los campos de concentración, que se había quedado horrorizado. Sin embargo, jamás fue capaz de decir lo lamento. Es que, en su opinión, eran los judíos los que habían incitado a la guerra y que él, por lo contrario, siempre hizo lo posible por evitarla.
No puedo no mencionar a Céline, porque si él se libró de ser ejecutado fue porque llegó vivo a la amnistía de 1951, mientras que Pierre Drieu La Rochelle se quitó la vida en 1945 dado que su suerte estaba echada desde que los alemanes dejaron París.
Entre los errores de Drieu La Rochelle, héroe de la guerra del 14, se cuentan sus peticiones de ejecución sumarísima para los miembros de la Resistencia, su participación en congresos nazis y sus artículos en Je suis partout, el periódico que delataba a los "subversivos". Al mismo tiempo que él dirigía la Nouvelle Revue Française, usaba sus influencias para salvar a sus amigos judíos.
Europeísta en los años veinte y compañero de viaje de los comunistas, quedó fascinado por la parafernalia nazi. Drieu La Rochelle, que cambió a Stalin por Hitler, nos recuerda la contradicción señalada por Jean-François Revel: "Si el fascismo y el comunismo sólo hubiesen seducido a los imbéciles, habría resultado más fácil librarse de ellos".
Quiero concluir con esta reflexión de Diderot:
“Del fanatismo a la barbarie, sólo media un paso”.
Y con este pensamiento del Talmud:
“Al principio la inclinación al mal es tan frágil como el hilo de una telaraña. Pero luego se vuelve tan fuerte como la soga de un carro”.


Septiembre 2018 / Tishrei 5779
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